Especial Día de la Mujer

Trabajar, adaptarse, aprender y sonreír

La historia de Edith Kuttel

En su carnicería de Vélez Sarsfield y Perón, entre mates, cuchillos y chorizos, Edith Kuttel dirige su emprendimiento familiar, que también tiene su puesto en el Mercado Popular. Mujer de campo, carnicera, mamá y abuela, con una sonrisa enorme contó a EL PUEBLO, en esta fecha tan especial, su laboriosa historia.

Al ingresar al comercio y preguntar por ella, un señor respondió con gesto adusto: “¿Edith? ¿Quién es? Acá no trabaja nadie con ese nombre”. Luego de unos segundos de desconcierto de la cronista, y en un intercambio de miradas cómplices con su yerno, Rubén, el esposo, fue hasta el fondo a buscarla.

Edith llegó con un repasador en sus manos, y con su tono amable invitó a pasar adentro. Allí, trozando pollo y también riendo estaba Virginia, una de sus empleadas. El sol se colaba por la puerta desde donde se ve la cancha de Barrio Sud, y los trabajos continuaban mientras contaba su historia y hacían chistes: “Siempre es así. Y falta una, imaginate”.

Una mujer de campo

Edith nació hace 47 años en Lucas Sud 1º, y vivió allí toda su vida. Está casada desde hace 30 años con Rubén, con quien tiene 3 hijos: Adriana de 28, Ludmila de 23 y Gianfranco de 17 años. Además, tiene 3 nietos. “Casi 4 ya”, aclara porque su hija del medio está nuevamente embarazada.

“Siempre viví en el campo, voy y vengo casi todos los días. Se complica un montón los días de lluvia por el estado de los caminos rurales. Ellos se burlan porque cuando está por llover siempre cargo una pala en la camioneta porque tengo que entrar sí o sí”, contó, y aclaró que aunque viene a Villaguay “desde siempre”, no cambia el campo por nada.

Los comienzos

Cuando Edith y su esposo recién se casaron tuvieron un almacén de ramos generales. “En la época del 1 a 1 fue complicado, cerramos. Rubén trabajaba con mis viejos y después nos fuimos a vivir a la casa de mi abuela, donde permanecemos hasta hoy”, explicó y recordó que “la época de los bonos, los federales, fue terrible. Vivíamos del trueque, sacábamos leche, hacíamos dulce y lo cambiábamos por mercadería porque era la única forma de sobrevivir”.

“En el 2004 se implementó el Plan Social Agropecuario, en el que te capacitaban para aprender, y me aboqué al cerdo. Teníamos algunos pocos, para consumo familiar, y después llegamos a tener más de 120”, explicó.

“Hacíamos todo manual, y fuimos bajando en cantidad madres y todo eso, por el costo que tiene, y porque hay épocas en que baja mucho la rentabilidad. Ahora tenemos pero muy pocos”, relató, y aunque hubo que aprender mucho y lleva trabajo, sueña: “Algún día voy a tener mi granja, porque me encanta. Es una producción linda porque es un animal muy noble”.

Su llegada al Mercado Popular

Comenzó a dedicarse a la carne del cerdo en su llegada al Mercado Popular. “Soy de las viejitas que empezamos en noviembre de 2013. Arranqué ese año con la venta por intermedio de una cooperativa que teníamos. Producíamos los cerdos en el campo, siempre en casa”, evocó.

“Empezamos con la venta de carne fresca de cerdo, que en aquellos años era algo raro, una mala palabra. Era difícil, entregábamos recetas porque la gente no sabía cómo usarla. Hoy se puede implementar de la misma manera que la carne de vaca, pero en ese momento no era así”, recordó Edith.

“Todos nos decían que teníamos que darle valor agregado. Empezamos con carne de cerdo en pie, y era difícil. Entonces nos largamos a hacer cosas elaboradas: milanesas, hamburguesas, hasta que comenzamos a producir los salames de puro cerdo, que son nuestra marca registrada”, afirmó con orgullo.

“El Mercado es como mi familia, nos acompañamos y colaboramos entre todos. Es parte de mí porque lo vi nacer”, afirmó, y sobre el futuro, contó esperanzada: “Ahora estamos contentos, esperando la mudanza a un lugar propio del municipio, con todas las expectativas del cambio”.

Whipala, su emprendimiento familiar

En 2016 abrieron Wiphala, la carnicería que dirige junto a Rubén. “Estuvimos en 2 locales antes, hasta que hace 2 años nos instalamos acá. Si bien vendemos vaca y pollo, nos dedicamos al cerdo, tenemos todos los cortes y los productos derivados”, explicó.

Y sobre ello, detalló: “Elaboramos los chacinados, son de puro cerdo. Lo hacemos todo acá, salvo los cocidos como el queso y el chorizo blanco, que se venden más en invierno y los hago en el campo. Allá tengo una cocina adaptada para esa producción, porque llevan cocción, levantan mucha temperatura, y además hay que cuidar la contaminación cruzada de lo cocido con lo crudo, por eso los separamos”.

En Whipala trabajan su esposo, su yerno, y dos empleadas que “son parte de la familia”. También trabajaron sus hijas, aunque ahora ambas son mamás y tienen sus propios emprendimientos: textiles y panificados.

Respecto a las tareas dentro de su emprendimiento, contó: “Sé carnear, porque antiguamente se hacía en el campo, ahora se manda a frigorífico, es imposible hacerlo acá por el volumen y la cantidad. Todo lo que se hace acá lo hago yo, bah, lo hacemos todos: el desarme, toda la producción y la atención. Todos sabemos hacer todo”.

Aunque no lo exprese, de su relato se desprende lo fundamental de su rol: “Por ahí pasa que siempre hay alguien que es la cabeza y va organizando las tareas, la limpieza, pero todos sabemos todo”. Y por si no quedaba clara su impronta, remarcó: “Todo tiene que estar limpio cuando trabajás con comida, más con carne. No me gusta que haya olores, se ríen porque dicen que tengo adicción por la lavandina”.

Ser mujer y carnicera

En cuanto a la mirada de los otros sobre su oficio, explicó con paciencia: “La vida te hace que aprendas, y cuando tuve que enfrentarme a la sierra, lo hice. La gente se admira de que vaya yo y haga el corte, es como si estuvieran esperando que lo haga un varón”.

“Es la costumbre. Pienso que hay que adaptarse y aprender” se animó, e insistió sobre un tema que para ella parece fundamental: “En mi caso, me gusta trabajar con mujeres porque son más higiénicas”. “Virginia va conmigo al Mercado los viernes y los sábados, y lo mismo que Candela, aprendieron todo y ser mujer no nos limita. A veces estamos solas y nos toca sacar las medias reses y cargarlas. Aunque sean pesadas, tenemos que poder, ¿cómo no vamos a poder? Hay que proponérselo y hacerlo, cuando te toca para sacar adelante tu familia, no lo pensás, lo hacés”, sostuvo.

Después de un buen rato de charla, narró una anécdota que deja clara su garra, y también en su generosidad: “Hay una señora que algunos días venía acá, me ayudaba y se llevaba algo para comer. Trabaja en panificación y hace cosas espectaculares, y a veces nos traía para probar. Un día le dije: ‘te compro levadura y una bolsa de harina y ponete a hacer’, y hace un mes y medio que no le vemos la cara, está todo el día trabajando. A veces es necesario que alguien te de confianza, el empujoncito. Una siempre tiene que decir que puede, no hay limitantes, hay que confiar en una”.

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